martes, marzo 20, 2012

LA HERENCIA DE MI TIO CHIQUI

Las hermosas clases de literatura en inglés que tengo con mi teacher Valeria, son como una especie de viaje autobiográfico, siempre me da para leer un cuento que representa mucho para mí y van surgiendo los recuerdos. Hoy particularmente fue un momento mágico cuando leímos y comentamos “El Corazón Delator” de Edgar Allan Poe.
Entonces comienzo a recordar: fines de los setenta, comienzos de los ochenta. Era un niño, pero ya leía todo lo que caía en mis manos. En mi casa leía Clarín, en lo de mis abuelos Miravent, leía La Nación. En la hermosa casa de los Miravent, paseaba fascinado por recovecos y pasillos y cada tanto mi tío Chiqui mi sorprendía con unos extraños chocolates importados, que tenían la particularidad de ser largos y rosados.
Un día mi tío se enfermó, se murió y lo sacaron de la casona familiar en un cajón de madera. Recuerdo vívidamente como yo reía nervioso, la muerte era algo extraño, ridículo. Seguí yendo a esa casona cuasi gótica y comencé a investigar la biblioteca que me legó mi tío. Allí, entre tantos best sellers del primer mundo y los insoportables libros de política conservadores y biografías de patriotas, me robé tres libros que me marcaron para siempre.
Uno era el primer tomo de los cuentos completos de Edgar Allan, traducidos por Cortázar, otro eran “La Muralla China y otros escritos”, de un tal Franz Kafka y finalmente, “Una temporada en el infierno” de Rimbaud.
¿Cómo seleccioné tres obras maestras entre tanta basura, siendo un niño?
Destino, causalidad, azar, seguramente ya me sonaban ciertas cosas de leer los suplementos culturales
Como sea, mi querido tío Chiqui, me legó, antes que dinero, antes que propiedades, el amor a la mejor literatura del mundo, a los sueños y sobretodo las pesadillas de los mundos reales e imaginarios. Me legó un destino hermoso y paradójico de escritor que tiene en la patria de la infancia su mayor orgullo.
Y ahora que recuerdo a mi tío, a sus chocolates rosados y a la risa que me dio su muerte, me doy cuenta que la literatura es el mejor antídoto contra la ilusión de la vida y la muerte.
Un festejo de la eternidad.

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