Pertenezco a un linaje, a una aristocracia, a una vanguardia que no está dada por el dinero o la pertenencia a una clase social determinada.
Está dada por la pertenencia a la noche, a la bohemia, a la vida de dandy porteño a la que pertenezco de los inicios de los años noventa.
Implica el haber ido a ciertos recitales, a ciertas discotecas, haber leído ciertos libros, haber visto ciertas películas, haber estado con ciertas chicas y probado ciertas drogas.
No tiene nada que ver con la vulgaridad, la grasada de la farándula, la televisión, lo mediático.
Es una elite más misteriosa, inasible, secreta, subterránea.
Nunca la van a entender en mi pueblo, en mi familia.
Para ellos soy simplemente un loco, un vago, que no hago nada.
No hacer nada no es para cualquiera señores, no hacer nada es un arte.
El arte supremo.
Ni siquiera pertenezco a la casta de los grandes intelectuales, los grandes eruditos.
No, es más bien la casta de los grandes bailarines.
Es una aristocracia freak, una aristocracia de la desgracia, como dice Calamaro.
Y tiene mucho que ver con la espiritualidad.
Porque el arte supremo es el arte de vivir.
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