lunes, marzo 23, 2015

LA EDAD DEL ROCK



Dentro de poco voy a cumplir 43 años. Tengo un zumbido permanente en el oído izquierdo y un poco de pérdida de audición en ambos oídos. Tal vez haya sido porque trabajé 10 años en call centers. O tal vez porque no le presté nunca atención a esos carteles en tantos bares y antros donde circulé y que advertían: el volumen de la música de este lugar puede provocarle lesiones permanentes en el oído.
Hace ya más de veinte años que caí en Capital con la excusa de realizar mis estudios universitarios pero más que nada con la intención de vivir el sexo, drogas y rocanrol. La experiencia rock de vivir solo en la gran ciudad, la ciudad soñada.
Para esa época, principios de los noventa, coincidí generacionalmente con un movimiento que se llamó Nuevo Rock Argentino y me hice fan especialmente de Babasónicos. De Los Brujos compré sus tres discos pero, extrañamente, nunca los fui a ver en vivo. Digo extrañamente porque cuenta la leyenda que lo más fascinante de ellos era su show, plagado de una energía salvaje y de una puesta casi teatral.
Había algo ahí que fascinaba a la vez que provocaba rechazo: el rock mismo podríamos decir. Esa mixtura imposible de describir entre punk, hardcore, hard rock, heavy metal etc. Y esas letras plagadas de referencias televisivas y de ciencia ficción. Era una energía fuera de lo común que se resistía a ser catalogada. Era la experiencia rock en su estado puro.
Después del tercer disco, se separaron. Pero quedó la leyenda para siempre. Todos probaron en otros grupos, de inventarse otras vidas, como uno, como cualquiera. Pero, como tantos otros, hace poco volvieron. Y anoche fui a verlos.
Groove estaba lleno de un amplio espectro de público: mujeres y hombres de entre veinte y cincuenta años. Claro, muchos veteranos noventosos y las nuevas generaciones que escucharon la leyenda y fueron dispuestos a hacer pogo en un fin de semana salvaje.
El show se hizo esperar pero fue impecable: vestuario, video, luces y sonido perfectos. Una puesta en escena multimedia elegante y sofisticada. Arrancaron con temas nuevos, nada mal, pero ahora son señores de cuarenta y pico que componen canciones más convencionales. Algo se perdió en el camino. Eso que es inasible: el espíritu, la experiencia rock. Como todo en la vida, como el amor y el sexo.
Pero cuando volvieron a tocar sus clásicos ardimos todos como la primera vez. Ya no son esos jóvenes delirantes, ahora actúan lo salvaje, es una típica operación pop, ya no es el rock como contracultura, ahora es una performance de aquella experiencia que te hizo feliz. Como todo en la vida. Ahora los cuarentones dosificamos energías y citamos aquella energía desbordada de la juventud que nos hizo tan felices o quien sabe, que tal vez la leyenda cuenta que nos hizo tan felices.
Es eso: la gran farsa del rock. La eterna muerte y resurrección del rock.
Y en definitiva: es solo rocanrol, pero me gusta.

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