No tenía ni la menor idea de la saga John Wick hasta anoche.
Si me llamó poderosamente la atención este año que todos los críticos se rendían ante la belleza de la cuarta parte.
El gran Keanu Reeves (que parece no haberse bañado desde la cuarta de Matrix) interpreta a un asesino despiadado que encima, es perseguido por un poder secreto que domina al mundo.
Brutal superproducción filmada a todo culo en bellísimos parajes de todo el mundo, la película nunca intenta ser verosímil. Es más: sus incontables tiroteos y matanzas están filmados con bellísimas coreografías y puestas en escena, como si fueran ballet, como si asistiéramos a una ópera que transcurre a lo largo y ancho del planeta Tierra.
Los curioso es que algunos de esos despiadados asesinos se conocen y son amigos.
Hay códigos: la amistad y los seres queridos se respetan.
Incluso ese poder siniestro que domina al mundo tiene sus reglas que cumplir.
Es más: hasta un simpático perro es salvado por John Wick.
Imposible entonces no simpatizar con todo este universo en las casi 3 horas de la película, que nunca cansa y que nunca afloja la intensidad.
Un camino interesante y alternativo, una tercera vía para el cine yanqui, por fuera de la dicotomía de Scorsese contra las películas de superhéroes.
Vale.
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