martes, septiembre 11, 2018

CHUANG TZU







La primera noticia que tuve de Chuang Tzu (China, Siglo IV antes de Cristo) viene de la famosa "Antología de la Literatura Fantástica" de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.
Allí, nuestros escritores extraen una anécdota de la vida de Chuang Tzu y la transforman en un fascinante mini cuento: 
Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.
Hace algunos años, leyendo a Osho, me enteré que la anécdota sigue: Chuang Tzu se despierta angustiado, llorando y cuenta su sueño a sus discípulos. Estos no saben que hacer para contenerlo y resolver el enigma. Hasta que aparece el más avispado de ellos ,con un balde lleno de agua fría y se lo arroja a Chuang Tzu. Allí el maestro se ríe y nombra a este discípulo su sucesor.
Estamos en el precioso mundo del Taoísmo. Chuang Tzu era discípulo de Lao Tzu (o Lao Tse) el creador del Tao Te Ching. Según Osho, un discípulo que superó a su maestro.
En la anécdota del baldazo de agua fría, ya se prefigura el Zen (o Chan en China) que nacerá cuando Bodhidarma llegue desde India a la China con las enseñanzas del Buda y las fusione con la de estos maestros taoístas.
Es la acción sin palabras que despierta el entendimiento en la persona que recibe el baldazo o es golpeada con un palo. Como el lenguaje no alcanza para transmitir el conocimiento divino, se recurre a acciones sorpresivas que detienen la mente por segundos y permiten que aparezca el satori o el nirvana mismo.
En Wikipedia hablan de Chuang Tzu como un filósofo, un pensador antecesor del anarquismo.
Ningún pensamiento, ninguna filosofía: eso es Tao, eso es Zen.
Existe otro relato extraordinario de Chuang Tzu, citado y explicado por Osho en su hermoso libro "Intimidad". 
Acá se cifra todo el conocimiento posible sobre el sentido de la vida, la meditación y el encuentro con lo divino.

Erase una vez un hombre a quien le alteraba tanto ver su propia sombra y le disgustaban tanto sus propias pisadas que decidió librarse de ellas.
Se le ocurrió un método: huir. Así que se levantó y echó a correr, pero cada vez que ponía un pie en el suelo había otra pisada, mientras que su sombra le alcanzaba sin la menor dificultad.
Atribuyó el fracaso al hecho de no correr suficientemente deprisa. Corrió más y más rápido, sin parar, hasta caer muerto.
No comprendió que simplemente con ponerse en un lugar sombreado, su sombra se desvanecería,  y que si se sentaba y se quedaba inmóvil, no habría más pisadas.



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