Fui a ver esta porquería más que nada por Kristin Scott Thomas (que, entre paréntesis, está hecha mierda). Y porque dura una hora con diez minutos.
Lo bueno, si breve, dos veces bueno, me digo siempre a mi mismo.
La verdad es que le sobra como media hora.
Horroriza ver que una cinematografía que le dió al mundo un genio como Alfred Hitchcock haya caído tan bajo. Y encima, cierta parte de la crítica te quiere convencer de que es una obra de arte.
Me hizo acordar a esa obras de teatro del off Corrientes que uno va a ver por compromiso, porque conoce a alguna de las actrices.
Porque es una obra de teatro filmada.
Pretenciosa, rídicula, a la que se le ven todos los hilos y los trucos.
O sea: retrocedemos al cine argentino de los años ochenta.
Ese exceso de corrección política que te dice todo lo que uno quiere escuchar, nada real, nada auténtico.
Y un final estúpido, de estudiantina lésbica.
Impresentable.
El único momento hermoso es cuando bajan los títulos y suena un tango de Pugliese.
El viejo no se merecía terminar así.
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