jueves, abril 22, 2010

SATORI

En mi breve paso por Baires pasaron cosas más interesantes que no tocarle el timbre a Celeste. En principio había estado buscando un par de libros de budismo que no encontré, pero el destino quiso que me llevara una sorpresa. Compré uno que no conocía, se llama "Preguntas a un Maestro Zen" y se refiere a Taisen Deshimaru, famoso monje japonés que se radicó en Europa y en cuya escuela yo he estado practicando.
Si bien el libro no me reveló nada que no supiera de antes, hubo algunos párrafos que parecían estarme dedicados, como suele suceder con los libros que te marcan. Específicamente me refiero al tema del satori, que es uno de los grandes temas del zen. Deshimaru se divierte jugando dialécticamente con esta iluminación repentina y evanescente. En verdad, si bien no todos se ponen de acuerdo, con satori se refieren a ese momento, ese corto e iluminador relámpago en el que uno comprende todo y se conecta con el cosmos. Se asemeja mucho a lo que los católicos llaman epifanía, al menos en la versión de Joyce. Sería como un anticipo, un avance de la iluminación total, el Nirvana.
Decía que Deshimaru se divierte con las paradojas tan zen diciendo que no hay que buscarlo, pero en algún momento llega cuando uno recupera la actitud correcta, la inocencia en la búsqueda. Dice también que quien afirma: tengo el satori, está loco y el mismo dice no saber si llego o no a tenerlo. Luego hace algunas consideraciones sobre nuestro pensamiento tan racional y occidental, diciendo que quien se concentra en desarrollar estrictamente lo intelectual se vuelve neurótico o directamente loco.
Por eso el zen es el camino del justo medio.
Pero bueno, ahí viene la confesión: yo estoy seguro que tuve el satori de chico, esa sensación de desplazarse a 10 cms del piso, de sentirse conectado con todo el Universo, de sentirse agraciado. Lo tuve, pero así como vino se fue. Hablo de mi más tierna infancia, hasta que llegó la adolescencia y allí comencé lenta pero irremediablemente un camino hacia la neurosis total. Un camino intelectual, que chocaba terriblemente con lo corporal y emocional.
No me sorprende que la terapia lacaniana que me trajo de vuelta sea tan pero tan zen.
Y tampoco me parece casualidad que Deshimaru hable de esto como si estuviera contando mi historia. Nunca más recuperé aquel fulgor y me perdí en búsquedas químicas, iluminaciones profanas que sólo hoy estoy abandonando.
No, claro, no tengo el satori, ni soy un iluminado, pero su tibio calor guía mis pasos.

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