Como me gustaban a mi las fiestas cuando era niño.
Eran pura felicidad.
Con el tiempo muchos se van muriendo y la ausencia se nota en la mesa.
Los que quedan son todos gorilas y hay que andar haciendo piruetas para no decir lo que uno piensa y armar quilombo.
También yo pasé de ser el niño prodigio a ser este adulto derrotado (en apariencia).
Así que no tengo muchas ganas de festejar.
O si, festejaría con otra gente, en otro lugar.
Por lo tanto, queda la salida de siempre: comer y beber a mansalva, hasta ser el tío borracho que entretiene y avergüenza a los niños.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario