Anoche fuimos con mi primita Male y sus amigas a Yamó, una vez más. Pasaron cosas raras, no bien llegamos. En principio, no había nadie. Ni una sola persona. Ya me había extrañado cuando pagamos la entrada que el tipo nos dijo: gracias chicos. Fue como un deja vu. No recuerdo si alguna vez entré a Yamó y no había nadie, pero su imagen congelada en el tiempo, de pequeña boite de los ochenta con bolas de cristales y espejos en todas las paredes, me hizo sentir que estaba en una especie de hechizo en el tiempo. Pasó una hora más bien triste, de decirnos tipo: como nos clavamos. Y sin embargo la música era rock nacional de los ochenta y era perfecta.
Y de repente: el milagro, el sueño, la pesadilla. El lugar comenzó a poblarse en minutos de chicas, solo chicas, montones de ellas, como si vinieran de una fiesta o despedida, decenas de pendejas hermosas,llamativas, gritonas.
Y sentí que esa era una oportunidad que la vida me daba 20 años y 20 kilos después y me vi en los espejos no feo ni viejo pero si gordo y me pregunté porque una flaca debería aceptarme si yo le huyo a las gordas. Y entonces tuve una breve epifanía, satori o como quieran llamarlo y comencé a tomar tragos varios, a bailar, a encarar chicas.
Y después ya no me acuerdo más nada.
Casa
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La casa de la infancia
viene con el olor de los jazmines
la sombra de la parra en el patio
y el silencio caliente de las tardes de verano
La casa de l...
Hace 15 horas.
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