Me enamoró el título del libro póstumo de Beatriz Sarlo y no pude evitar comprarlo y leerlo.
"No entender" que título perfecto, ahí comienza todo.
Raro porque siempre me consideré en las antípodas de Sarlo, tanto literaria como políticamente.
Pero leyendo sobre su vida resulta que no éramos tan distintos.
Desde adolescente tuve la certeza de que amaba la literatura, que me iba a dedicar a escribir y que nunca iba a pasar por la Facultad de Letras para que Sarlo y demás eruditos me explicaran que estaba bien y que estaba mal escrito.
Opté siempre por experimentarlo en carne propia y por una formación autodidacta.
Supersticiones.
Todo esto me trajo los recuerdos de las noches de domingo en La Boca, en casa de los Alonso, cuando cenábamos la pasta con vino y charlábamos por horas y horas de todos los temas culturales. Por años sentí que eran mi familia postiza, una familia que amaba el arte y por esa casa pasaban grandes artistas como Carlos Alonso, Ricardo Piglia y David Viñas entre otros. Y era Marta, la matrona, la segunda madre con la que amaba hablar de libros a diferencia de mi madre que ama hablar de los puteríos de la farándula.
Supersticiones
Años y años esperando el 33 que tardaba horas para volver al centro de Avellaneda.
Luego seguí viendo a Marta en diversos cafés notables de la ciudad hasta que quedó inválida y la comencé a visitar en un departamento de Recoleta, en la calle Ayacucho.
Hace años que no la veo, no se como estará o si seguirá viva. Un día me enojé y corté relaciones cuando sentí que la literatura era solo una superstición y tal vez le eché la culpa a ella de mi confusión. Ahora ya tenía una nueva superstición: la espiritual.
Supersticiones.
Pero ahora, con la distancia que da el tiempo, creo que libre ya de supersticiones, puedo entender la dinámica de juego sinsentido que es la vida entera y agradecer los momentos hermosos compartidos con tanta gente.
Y al final lo que queda es el amor en los recuerdos y la marca de la pasión puesta simplemente en jugar.
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