martes, noviembre 28, 2023

EL CÍRCULO

Siempre fui Tito.

Robertito.

Sobre todo desde que comencé a ir al Círculo de Ajedrez. Año 1983.

En ese entonces, el círculo era una institución pujante, llena de mayores, adolescentes y niños que iban a aprender los secretos del juego ciencia. Pero también a jugar al dominó, leer el diario, mirar televisión o comer un tostado de jamón y queso y tomar un licuado de banana. Hecho por Banana, el encargado del buffet.

Éramos felices en ese entonces y no lo sabíamos. Nos daríamos cuenta luego, cuando vinieron los tiempos aciagos.

En verdad, el primero que cayó en esa institución fue mi hermano, Toto.

Nosotros jugábamos a veces en casa al ajedrez sin saber y yo siempre le ganaba, pero cuando comenzó a tomar clases me sorprendió varias veces con el Mate Pastor y el Ataque Fegatello y me derrotó.

Eso no me gustó nada. Y comencé a ir yo también a tomar clases.

Ahora que lo pienso, es algo totalmente anormal que en un pueblo uno encuentre una institución así, con una cómoda y céntrica sede propia. Increíble. Eso se lo debemos a nuestros maravillosos predecesores. Y nunca estuvimos a la altura de ellos.

Pero estaba en que comencé a ir a tomar clases y jugar. Algo se destrabó entonces en mi. Ahí comenzó mi locura, mi obsesión por el mundo de los escaques y me convertí en una especie de niño prodigio que le ganaba a otros niños y también a los mayores.

Comenzamos a viajar todos para jugar torneos por el país, el dinero sobraba en ese entonces y todos colaboraban. Hacíamos rifas, asados y a fin de año una fiesta en una quinta que tenía pileta y un mini zoológico.

Lo dicho: éramos felices y no nos dábamos cuenta.

Así pasaron los años y crecimos de niños a adolescentes mientras el país comenzaba a zozobrar.

Recuerdo especialmente el despelote del 89, la hiperinflación y todo eso, justo me habían mandado a jugar el Torneo Provincial Mayor a Luján y no había mucha comida y nos daban alojamiento en un reformatorio de menores.

Luego terminé el secundario y me fui a estudiar a la Universidad en Buenos Aires. Igual volvía seguido pero algo comenzó a cambiar en el club.

Ya no iban tantos a jugar al ajedrez, jugaban más al dominó y al póquer, por guita.

Dicen que el ajedrecista es hábil para la timba porque sabe calcular y elaborar buenas estrategias.

Ahí muchos se empezaron a corromper: cambiaron el noble juego de los trebejos por el puto póquer.

Y al buffet le convenía tener mesas y facturar clandestinamente.

Ahí medio se convirtió en un antro, iban los borrachines a tomarse la birra y todo loquito suelto.

También me acuerdo del gordo Baggio, un filósofo de bar tan simpático como falso y maledicente.

Luego me enteré que ya en la escuela le decían el púa Baggio, por su habilidad para difamar.

Así, los noventas se pasaron volando entre espejitos de colores, dólares y el sálvese quien pueda con el póquer. Pero todavía se jugaba un poco al ajedrez.

Todo se terminó de pudrir en 2001. Allí los timberos directamente decidieron que no hacía falta seguir jugando al ajedrez, que el club era de ellos y lo disfrutaban a su manera.

¿A quién pertenece una institución, un estado: a su gente, sus asociados, sus ciudadanos o los que la presiden?

Todavía iba a veces a jugar, pero era muy triste no encontrar un rival.

Cortaron el cable, el diario, todo se pauperizó y se armaron bien la piecita del fondo, con aire acondicionado y las mesas de juego.

Pasaron como diez años hasta que los pocos que amábamos el ajedrez decidimos enfrentar a la comisión directiva y presentarnos a elecciones.

El cerebro de todo era el empresario exitoso, un hombre muy prolijo y correcto en sus formas, que candidateó a presidente al porteño ladri, un personaje que había aparecido en el pueblo y seducía a grandes, chicos y medios de comunicación con su labia.

Así, finalmente recuperamos el círculo. Hacía falta un cambio.

El empresario exitoso prohibió el póquer y ahí comenzaron otros problemas: ¿de que iba a subsistir el club?

Hubo reuniones con mucho debate entre los que conformábamos la comisión directiva. El porteño ladri propuso:- yo conozco a alguien que nos organiza una gran rifa, el se lleva una parte y a nosotros nos quedaría mucho dinero para subvencionar las actividades-.

No se si era una gran idea pero era la única firme que se presentó. El empresario exitoso se opuso: dijo que se podía prestar para negociados turbios y que estaba reñido con la ética y afectaría el buen nombre de la institución. A partir de ahí el empresario exitoso y el porteño ladri se dejaron de hablar.

Se generó un clima de mierda y todos dejamos de ir a reunirnos.

También comenzaron a desaparecer libros de la biblioteca ajedrecística, juegos, relojes  y pronto se descubrió que el porteño ladri igual armó una o varias rifas.

Mientras tanto el buffet había caído en desgracia porque ya nadie iba y solo facturaba un par de cafés por día. Nadie lo quería agarrar hasta que cayó el negro Medina.

El negro Medina era un plaga que jugaba al ajedrez y era poco afecto al laburo, entonces comenzó a agrandar la oferta del buffet: dicen las malas lenguas que no solo vendía café y alcohol, también se conseguían drogas ilegales.

El club se lumpenizó aún mas y ya era un antro de proporciones.

Luego de unos meses de tensión e inactividad el empresario exitoso echó al porteño ladri y propuso como presidente a un porteño nabo.

Vuelta a arrancar. Vuelta a repetirse las reuniones y los argumentos ahora había un nuevo buffetero también ajedrecista, también timbero y que propuso la misma idea de la rifa. Vuelta a negarse el empresario exitoso y vuelta a pudrirse todo.

Dejamos de ir otra vez. El barman comenzó a organizar ferias americanas, luego reintrodujo la timba y también lo convirtió en prostíbulo. Terminaron de desaparecer los pocos libros que quedaban y se perdió parte del mobiliario.

Eso duró un par de años hasta que los jugadores de póquer se juntaron, hicieron una asamblea sorpresa y echaron al barman. 

Acto seguido, alquilaron el lugar que se convirtió en fiambrería.

Terminaron de vender todo el rezago que quedaba de juegos, muebles y viejos trofeos.

Uno de la nueva comisión que se había fundido, tomó el dinero de las ventas y se escapó del pueblo. Nunca más se supo de el.

Así, pasaron diez años más y llegamos hasta hoy, 40 años después del principio, cuando decidí quemar todo y convertir al círculo de ajedrez en un círculo de fuego.

El fuego purifica y ya nadie podrá apropiarse más de mis recuerdos. Estoy seguro que ya tocamos fondo y algún día vamos a volver a empezar de cero.

En esta eternidad horrible de las 64 casillas, ardió la fiambrería y con ella el eterno retorno del círculo de fuego, el mandala, la democracia destruida por el fascismo, el samsara.

Si ya se: estoy loco, pero ¿Quién puede juzgarme? Yo solo quería jugar al ajedrez.







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