Siempre me habían caído antipáticos los brasileños, tal vez por envidia, aunque no tan antipáticos como los chilenos.
Descreía del cuentito ese: renunciar a todo e irse a poner un barcito en una playa brasileña.
Siempre creí que Dios era argentino.
Hasta que conocí Buzios, ahora lo se: Dios es brasileño.
La naturaleza derrama allí todas sus bendiciones.
Todo es Dios, todo es hermoso.
Hasta las argentinas, como Mariana, que me habló dulcemente y me miró con una expresión de amor que me hizo huir de allí.
Que se yo, soy complicado, traumado, espero en algún momento dejar de serlo.
Y juntar reales, dejar todo e irme a la playa a poner un bar y ser feliz.
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