En algún momento de mi vida fui diagnosticado como enfermo bipolar.
Se sabe, se llama trastorno bipolar a tener conductas que pasan patológicamente de la euforia a la depresión.
Nunca un equilibrio, siempre la dualidad.
Es verdad que en algún momento me enamoré de la euforia, de la intensidad y eso como resultado trae siempre el otro extremo de la polaridad.
Sería genial solo disfrutar de los placeres rocanroleros de la existencia pero es inevitable: después llega la resaca.
Esto es el mundo de la mente, del ego: la dualidad.
Pero cuando uno descubre la no mente, conocida vulgarmente como meditación, la fuente, el ser o Dios, como quieras llamarlo, aparece una revelación: que solo existe el presente, el acá y ahora.
No hay otra cosa que este momento.
Por lo tanto la salida es relajarse, respirar hondo y observar sin juzgar.
Es que vamos en quinta a fondo y tenemos que ir en primera.
La euforia, la intensidad solo es un escape imposible hacia delante.
La ansiedad.
Así que es todo un proceso sanador aprender a caminar despacio y a observar como si fuera la primera vez.
No es fácil ni se logra de un día para el otro. Arrastramos con una vida de locura y tal vez, varias vidas en donde erramos el objetivo.
Pero para eso estamos acá, vinimos a aprender esta lección.
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