Ella colecciona hombres así/lo supe desde que vino por mi/me vi clavado en una cruz y dije: nadie sale vivo de aquí/Pero igual me metí.
Así comienza el disco Nadie Sale Vivo de Aquí, yendo al hueso, con la canción del mismo nombre.
Es una canción de amor/odio a lo Dylan pero también es una pintura del país en ese momento.
Corría el año 1989 y la economía del país se iba al carajo. Y la de Calamaro también.
El disco quedó sepultado por la crisis y Andrés partiría pronto a España con una mano delante y otra atrás.
Andrés Calamaro ya había sido parte de los Abuelos de la Nada, había sacado 3 discos solistas y este, su cuarto opus, es su primera obra maestra.
El aura maldita del disco conspira para que uno se pregunte:¿es tal vez esta la mejor obra que sacó Calamaro en su vida?
Como sea, está concebido y tocado en un estado de manía/depresiva, típica bipolaridad argenta, y por eso mismo, es uno de los grandes discos del rock nacional de todos los tiempos.
El mítico texto de Rodrigo Fresán que acompaña el sobre interno lo adivina en tiempo real: estaban haciendo historia.
Son 14 canciones perfectas y breves, de la furia punk al rock and roll clásico, de las baladas a los recitados onda Lou Reed, de los aires litoraleños a los mexicanos.
Es sexo, drogas, rocanrol, ciencia ficción, profecía autocumplida, borracheras con amigos y una ristra de hits que lo serían con el tiempo, muchos años después.
Y es también una verdad morrisoniana y elemental, mística: nadie sale vivo de aquí.
Pero igual me metí.
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