miércoles, julio 31, 2019

ALAN, EL AJEDRECISTA




Recuerdo que en 1993 me encontré a tomar un té con Alan Pauls en el notable café Saint Moritz.
Yo era el aspirante a escritor que conocía a su ídolo, y de una manera totalmente intuitiva, comencé a hablarle de ajedrez, dando por echo que el algo sabía.
Y sí, algo sabía, conocía el Club Argentino y al viejo Najdorf, luego me recomendó que lea "La defensa" de Vladimir Nabokov.
Y la cosa quedó ahí, como un hallazgo casual, al pasar.
Recién ayer me hice de su último libro "Trance", editado en 2018 por una pequeña editorial española, según entiendo.
No es fácil de conseguir pero vale la pena buscarlo.
Es un glosario de obsesiones relacionado con lecturas que lo marcaron.
No lo leí todo, lo voy disfrutando de a poco porque es un libro breve.
Pero no se me escapó que en las primeras glosas aparece la palabra ajedrez y a continuación uno de los textos más luminosos y hermosos que haya leído yo en mi vida sobre el ajedrez y los ajedrecistas.
Y sé de lo que hablo, pasé la mayor parte de mi vida en ese mundo.
Así que una cosa es un escritor genial hablando y otra escribiendo.
Alan sabía mucho más del ajedrez de lo que imaginaba, no solo deslumbra con su prosa suntuosa, elegante, sino que llega a la esencia de los hechos de una manera epifánica.
Y tampoco se me escapó que llegando al final del glosario, en la letra zeta, aparece una bellísima comparación entre el zugzwang ajedrecístico (ese momento horrendo en que nos toca jugar y cualquier jugada nos lleva a la derrota segura) y lo que siente Alan cuando puede ir leyendo mientras viaja en avión.
Grande Pa: sos el número uno indiscutido.

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