domingo, agosto 20, 2017

SALUD, MAESTRO





Volvió a deslumbrar a crítica y público con su rol de un presidente argentino en "La Cordillera".
En estos días comienza a filmar una superproducción compartiendo cartel con Penélope Cruz y Javier Bardem, dirigidos por el doble ganador del Oscar, el iraní Asghar Farhadi. Luego, va a recibir un premio homenaje a la trayectoria en el Festival de San Sebastián.
Así llegó a los 60 años Ricardo Darín, rompiendo corazones como siempre, pero además con el prestigio de ser el gran actor nacional con más proyección internacional.
Y es un acto inmenso de justicia. Porque nunca se durmió en los laureles, porque sigue arriesgando cuando elige filmar con un director joven, inexperto al igual que con consagrados. Porque le presta la misma entrega a films geniales, buenos y regulares.
Porque tiene una cintura envidiable para escapar de la demagogia.
Fue muchas veces tentado por el diablo: esquivó con inteligencia la dicotomía: Kirchnerismo/ Macrismo. Es crítico con todos, pero todos lo respetan.
También fue tentado mal por ese diablo que a veces es Hollywood. Es famosa esa anécdota de cuando le ofrecieron participar en la película "Man on fire" dirigida por el siempre efectivo artesano Tony Scott y protagonizada por Denzel Washington, Christopher Walker y Mickey Rourke.
Nuestro Ricky vio el guión y entendió enseguida que era esa típica pavada racista, donde lo querían hacer participar como narco mexicano o algo así. Cualquier otro se hubiera meado encima por participar. El no aceptó, le pareció (cuando finalmente vimos la película supimos que tuvo razón) un rol estigmatizante para con su condición de latinoamericano.
No me afloje maestro, usted se merece ser dirigido por Spielberg, Scorsese o Tarantino, nunca menos que eso.
Es un actor sin formación académica, que evolucionó de galancito a clásico. Muchas veces se lo intentó correr con eso de que siempre hace de Darín. Pero hay que ser muy groso para actuar de si mismo y a la vez dar con un arquetipo humano universal. Y el lo hace.
Hace un tiempo lo vi en un café que suelo frecuentar en Palermo. Intacto, un dandy, pinta de pendejo eterno. No me animé a saludarlo, pero no faltará oportunidad de volver a encontrarlo y compartir una charla con una cerveza de por medio, o lo que pinte.


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