Sucedió hace unos años, una noche de invierno en que cubría el trayecto entre Puán y Pigué. A mitad de camino, noche cerrada, con un frío espantoso que lo obligaba a usar guantes para que no se le congelaran las manos, vio caminando en el sentido de su mano, pegadas a la ruta, a dos mujeres que iban con vestido de fiesta, veraniego, como si nada.
Una imagen imposible. Al amigo se le heló la sangre y automáticamente aceleró al mango y no miró para atrás hasta llegar a Pigué.
Una llamativa variación del típico cuento del que se levanta a una chica con vestido blanco y después descubre que estaba muerta.
Dice el protagonista que en ese momento se le cruzaron mil miedos por la cabeza y no quería dar vuelta la cabeza porque temía ver a las chicas sentadas en el asiento de atrás.
Casa
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La casa de la infancia
viene con el olor de los jazmines
la sombra de la parra en el patio
y el silencio caliente de las tardes de verano
La casa de l...
Hace 1 semana.
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