Antes, cuando era adolescente, buscaba mi destino, reclamaba por libertad, quería tirar las paredes a cabezazos.
Y, claro, no lo lograba.
Ahora que la testosterona no es tan febril, puedo permitirme la pausa, el toque sutil.
Cuando quiero atravesar una pared, simplemente golpeo la puerta y alguien abre del otro lado.
Y he logrado comprender que entendemos por libertad poder decir si o no y eso no significa nada.
Porque controlamos muy poco, somos parte del gran concierto universal, somos una microscópica parte del todo.
No elegimos nada, neoliberales del orto.
Entonces: la conciencia absoluta de obrar con sabiduría y compasión, de hacer lo correcto simplemente, sabiendo que a la larga va a resultar lo que tenga que resultar.
No se trata de no esforzarse.
Pero si tener conciencia que hay causas y consecuencias que nos superan.
Sucederá lo que deba suceder. Lo que está escrito.
Y debo reconocer que soy afortunado.
Casa
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La casa de la infancia
viene con el olor de los jazmines
la sombra de la parra en el patio
y el silencio caliente de las tardes de verano
La casa de l...
Hace 1 semana.
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