Allá en Suárez estuve conversando con el abogado que lleva adelante la sucesión de mi viejo, un cerebrito que habla como un robot y me dice que no pero si, que no sabe nada del testamento ológrafo de 50.000 dólares que me dejó mi abuelo antes de morir. Que probablemente alguien lo haya roto (o sea, el y mi familia) y que no sabe tampoco si hay propiedades que no están declaradas pero que podría ser (o sea si).
Ese discursito entre esquizo y cíníco no hizo más que confirmarme que el está entongado con mi familia en contra mío. Mi familia empezando por mi hermano menor, el que lleva la bandera: el más psicópata, traidor, garca, difamador, acompañado por mi otro hermano y mi vieja.
Una familia muy normal como se ve, que ya desde chiquito me hizo bullyng, me cagó, abusó de mí.
Y la verdad es que soy una persona de bien, un ser de luz, no un ser del inframundo como ellos, no me da ganas de buscar otro abogado, empezar a hacer quilombo y tener que andar buscando por todos los juzgados del país a ver adonde me esconden la herencia y las propiedades.
Tengo cansancio moral de mi familia, de toda una vida, estoy harto de ellos, pero quiero que este cansancio sirva de empujón para de una vez por todas me dedique en Buenos Aires a trabajar de lo que amo, a triunfar, que no es más que ser feliz.
Desde ya que doy por terminada la relación con mi familia, pero no me da para buscar pelea o venganza, por suerte tengo una vida hermosa acá y no necesito juntarme con gente tóxica como ellos.
Eso, cosas que pasan: soltar lastres que ya tienen más de 40 años.
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