Dolores Fonzi comenzó en la televisión, como varias estrellas, de la mano de Cris Morena.
Siempre fue una belleza exótica y poderosa, con esa mirada entre angelical y demoníaca.
Paralelamente a su carrera televisiva, fue haciendo una maravillosa carrera en cine, que comenzó siendo de culto y hoy la consagra claramente como la mejor actriz argentina del séptimo arte.
De las primeras películas de Damián Szifrón (El fondo del mar) y Luis Ortega (Caja Negra), entre otras, a ese quiebre absoluto que fue para el cine nacional El Aura (de Fabián Bielinsky).
Luego una ausencia de algunos años dedicada a ser madre y reaparece para volver a enamorarme con la entrañable El Crítico, hermoso primer opus de (el crítico y ahora cineasta) Hernán Guerschuny, donde un huraño y solitario crítico de cine que odia las comedias románticas, se ve envuelto en una de ellas, imantado por la hermosa Dolores.
De ahí a la consagración mundial de este año con La Patota, de Santiago Mitre, con un protagónico absoluto, genial, polémico y desafiante.
Y la sorpresa final con la española Truman, dirigida por el catalán Cesc Gay, en donde hace un secundario de lujo en una peliculita dura y a la vez tierna sobre la muerte.
Sea protagonista, antagonista o secundaria, adaptándose a cualquier papel, siempre es ella y siempre es distinta, como las grandes divas del Holywood clásico.
Y encima, cuando la escuchás hablar de su militancia feminista o pro marihuana, también encanta.
Imposible olvidarla.
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