En 1995 Johnny Depp todavía era joven y bello, aparte de un actorazo.
Entonces el inmenso Jim Jarmush le escribió y filmó este regalo: Dead man.
Western psicodélico, dijo alguien por ahí.
El western absoluto digo yo, su punto más alto y a la vez su cancelación.
El oeste salvaje, sucio y asesino, adonde llega un contador cándido y temeroso interpretado por Depp.
Allí pasaran cosas casuales y horribles que lo empujarán a la aventura.
O la negación misma de la aventura, del western, del heroísmo.
El antihéroe está muerto desde que llegó a ese lugar salvaje y despiadado y un aborigen desclasado lo acompañará en ese recorrido ritual que tiene algo de mágico, aparte de tragicómico.
Con un blanco y negro precioso y la guitarra del colosal Neil Young, no hace falta nada más: esto es arte, arte, arte.
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