Santiago Mitre logra en "La Cordillera", su tercer opus en solitario, varios hitos.
El más importante: hacer actuar bien a Christian Slater, jejjeje.
No, hablando en serio y hablando de actores, de ese elenco internacional, multiestelar, donde vuelve a brillar su amada Dolores Fonzi así como también Erica Rivas y Ricardo Darín, que más se puede decir de Ricky a esta altura.
Porque "La Cordillera" es una superproducción internacional hecha a la criolla donde Santiago no solo no transa sus convicciones éticas y estéticas, sino que sube la apuesta.
Porque en este film puso toda la carne al asador, no solo en cuanto al dinero invertido.
Hay algo más profundo, más sutil. Es una especie de obra maestra colosal que se ríe de todo con esa risa tan burlona, tan anárquica, tan porteña.
Es paradojal, genial, insólito, que un tipo que desciende de una familia tan conservadora, que siempre representó a la derecha más rancia de este país, tenga la libertad, el talento y los huevos de reírse del poder y encima que le paguen por eso. Y lo aclamen.
Para terminar de cerrar lo extraordinario, está la anécdota de la filmación, donde les prestaron el avión presidencial y le rompieron el ala sin querer, no sé en que habrá terminado eso y quien pagará los gastos. Asombroso.
También se filmó en la Casa Rosada y en lugares deslumbrantes, que lejos de ser una mera excusa de exhibición ostentosa, hacen a la esencia del film, a su alma, en donde se recorren esos pasillos y escaleras dantescas, que son la puerta de entrada al infierno en la Tierra. Notable.
Y no se quedó en una previsible película de diálogos picantes y denuncia, sino que se atreve a quebrar cierta linealidad presente en "El estudiante" y "La patota", con el episodio traumático de la hija del presidente y la posterior sesión de hipnosis. Que no parten la película en dos o introducen un elemento ajeno como muchos quisieron ver, sino que le dan una potencia expresiva a la aparición del mal, un excepcional recurso dramático. Tampoco estamos hablando de una alegoría. El episodio de su hija lo pinta de cuerpo y alma a ese presidente Blanco y nos prepara para entender las decisiones que va a tomar en lo político.
El mal existe, dice Mitre y está en la política. Y lo dice con toda la pompa, el dinero y la circunstancia y se ríe de todos. De Cristina y de Macri. Y de Trump y de Temer.
Y se ríe, fundamentalmente de si mismo, cuando Darín repite varias veces un no que sabemos que es un sí disimulado, se ríe entonces Santiago Mitre de cierta inocencia, pureza excesiva, que había en el final de "El Estudiante".
Y esto no lo entendieron muchos como por ejemplo, el crítico mediocre y resentido de Página 12, que le puso 5 a una película a la que el 10 le queda chico.
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