A Luis Diego Fernández lo descubrí en Twitter. Me apasionan sus sentencias siempre filosas y graciosas. A mitad de camino entre la sapiencia de la Universidad y la sabiduría de la calle.
Luego fui leyendo sus artículos y ensayos. También hice un par de cursos en su Escuela de Filosofía.
Si bien no soy muy versado en temas filosóficos y ensayos, me impresiona la cantidad y calidad de temas que aborda. Hay una coincidencia generacional importante, el viene a ser como un amigo de toda la vida que decide escribir sobre nuestro tiempo, reflejando la vida de nuestra generación. Pero con una cantidad de lecturas y de formación superior a la mía.
Me siento reflejado en muchos de sus ensayos que aparecen en este su reciente libro: Libertinos Plebeyos. Y a la vez, su escritura elegante tiene un efecto epifánico, descubriendo detalles insospechados incluso en temas que me son muy familiares.
Desde el amor eterno hacia Palermo y el Bajo, al liberal plebeyo de Sarmiento. De la concepción ácrata de Borges a descubrir lo que buscamos en los gimnasios de Aira. Y también personajes inolvidables como Miguel Brascó. Un paseo porteño y libertino sobre los placeres del cuerpo y de la mente.
Conmueve y a la vez deslumbra su particular mapa de genios plebeyos reconocidos y no tanto.
En una época seguía con mucho interés a Tomás Abraham, un gran filósofo sin duda.
Pero me parece que el caos genial de estos tiempos y de esta ciudad, late en los escritos de Luis Diego Fernández.
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