El zazen y el yoga buscan alcanzar la paz espiritual por medio de la inmovilidad o de movimientos muy sutiles. Pero esto solo hace que mi cabeza se acelere más.
Con el gimnasio es al revés: el esfuerzo físico, incluso el dolor, me aquieta la mente, me trae paz y las endorfinas me hacen sentir poderoso y saludable.
Pienso en algo que decía Osho, en el sentido que hay dos tipos opuestos de meditación: la de estar en posición de loto inmóvil por horas como los budistas o todo lo contrario: la música y la danza desenfrenada de los Hare Krishna.
Algo de eso encuentro en el gimnasio, una meditación activa que además embellece el cuerpo. Incluso diría que complementa o reemplaza al sexo.
Pienso recibir los 43 eufórico y llegar al verano echo un Adonis.
Ya veremos.
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