Nunca me simpatizó mucho el teatro. Para alguien con la cabeza quemada por el cine y la tele, lo verdaderamente irreal es ver personas actuando frente a nosotros!!
Por suerte parece que hubo gente que ya había pensado en esto. Por ejemplo Samuel Beckett. La obra Play que vi anoche en conmemoración de los 100 años del nacimiento de este otro irlandés genial, tiene una puesta llamativa: una mesa con tres platos donde descansan tres cabezas parlanchinas: de dos mujeres y un hombre.
La historia es un triángulo afectivo, pero en lugar de hacer una obra larga y tediosa, Beckett decidió reducirlo a media hora de sacudones: las cabezas se superponen hablando y luego cada cual se complementa contando retazos de su historia común.
El tipo se dió cuenta de que para narrar el sinsentido no cabía justamente hacer una puesta realista, revolucionó no solo el contenido sino también la forma. Y a diferencia de Kafka, con quien suele comparárselo mucho, su mirada es compasiva, de última todos terminamos identificándonos con alguno de los personajes y acompañándolos en su derrotero por el absurdo de la vida. La historia no termina por destruir al individuo.
No hay chistes, no hay buenos ni malos. Es la vida, es lo que hay y como bien dijo el maestro: probá otra vez, fracasá otra vez, fracasá mejor...
Casa
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La casa de la infancia
viene con el olor de los jazmines
la sombra de la parra en el patio
y el silencio caliente de las tardes de verano
La casa de l...
Hace 9 horas.
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