Llegué tarde pero seguro a ver la aclamada "Mondovino", más de una década después. Pero igual me encantó. Lo mejor que tiene es su liviandad. Filmada con una cámara digital portátil, alrededor del mundo, no se toma en serio a nadie y menos al propio director. Arbitrariedad pura. Como todo documental, pero mejor. Mucho humor, buena música, muchos perros. Y vino, vino alrededor del mundo y todos los que cortan el bacalao diciendo su verdad.
Lo interesante es como se ríe de la lucha entre California por conquistar a Europa y los que resisten y los que se entregan. Y como relaciona todo con la historia y la política, no solo con el poder y la economía.
Pero las risas se acaban cuando el tipo encara para la Argentina. Son solo unos pocos minutos, en Salta, con la Familia Etchart, unos tipejos desagradables que dicen muchos lugares comunes algo grotescos. Luego corte e imágenes de lugares pobres y de un aborigen humilde que tiene una hectárea de viñedos y que no le alcanza para vivir. Duele que eso represente a la Argentina. Pero eso es el documental: la mirada del director. Podría haber elegido el Sur, Mendoza o San Juan. Pero le interesaba contar eso y confirmar sus propios prejuicios. Eso es también un documental. Cero objetividad.
Claro, si en la mayoría de la película se ríe de los yanquis y los europeos que iba a quedar para los pobres sudamericanos. Nadie se salva.
Pero el placer del vino, su negocio y su cultura valen la pena y justifican casi cualquier cosa.
Y sobre todo, la libertad de disfrutar de un hecho artístico aunque no estés en un todo de acuerdo con el.
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