El domingo 26 de marzo de este año, Tritri me llevó a tomar el tren a la estación, como hacía siempre.
Yo no tenía necesidad de ir ni de quedarme. Estaba en el limbo. Me decidí por ir a una meditación activa de Osho. Lo necesitaba pero tampoco tenía en claro porqué.
Lo extraño fue que el tren llegó como 10 minutos adelantado y nos tuvimos que apurar a bajar.
También, casualmente, se cruzó con un amigo que no veía mucho y se quedó bromeando con el. El amigo se tomaba el mismo tren que yo.
Fue rara la situación, duró un segundo. Mientras el reía con su amigo, lo abracé, lo besé y le dije: -Cuidate.
El solo asintió como ido, en otra cosa.
Normalmente me largaba el sermón en el auto, los dos solos: -Pablo, cuidate, tomá la pastilla, no tomes mucho alcohol, cuidá tu salud.
Ya en Buenos Aires, el miércoles a la noche fui a la famosa meditación de Osho, fue una especie de baile coordinado con música electrónica de fondo. Como un taichi dance.
Luego de una hora, extenuados, nos tiramos en el piso y meditamos.
Ahí también pasó algo raro: la intuición del vacío, la paz. La famosa y temida mente en blanco.
El jueves 30 de marzo escribí una reflexión, una intuición sobre lo vivido en este blog, cerca del mediodía.
Luego llamé por teléfono a Tritri, bromeamos sobre temas del consorcio porteño. Estábamos alegres, distendidos.
Al rato Tritri empezó a sentir un dolor agudo en el vientre y mamá lo internó. Nos avisó a sus hijos y nos dijo que no nos preocupáramos, que los médicos decían que probablemente era una diverticulitis, que el viernes ya iba a estar bien.
El viernes 31 siguió todo igual, le escribí por whatsapp a Tritri, me clavó el visto y no contestó.
Salí despreocupadamente después de almorzar a caminar y me olvidé de cargar el teléfono. Caminé de San Cristóbal a Congreso, de Congreso al Bajo, del Bajo a la Legislatura porteña. Apagué el teléfono para que no se terminará de descargar. No había nada que temer.
En la Legislatura porteña se estaba jugando un Magistral de Ajedrez, me encontré con un par de amigos, recorrimos el Torneo, bromeamos y fuimos caminando hasta Callao y Corrientes a comer una pizza.
En ese momento, esperando la pizza, decidí prender el teléfono. Aparecieron mensajes y llamadas perdidas por doquier. Me comuniqué con mi familia: no entendía nada, estaban operando a Tritri y estaba grave.
Una sensación de estupor, de irrealidad, terminó de apresarme.
Corrí al depto, hice un bolso y me tomé el taxi a Retiro.
Cuando iba en camino, me volvieron a llamar: mi tía lloraba y me dijo que me quedara tranquilo, que lo seguían operando.
Ya está, desapareció, sentí, mientras asentía y me subía al micro.
Todo el viaje a Suárez no dormí, pensé lo sagrado de la vida y la muerte, las conexiones misteriosas que hubo esos días entre los dos, la sensación de que lo había liberado de su sufrimiento, todo lo que Tritri me dió. Otra vez: solo sentía paz y agradecimiento.
Cuando llegué a la sala velatoria, Tritri ya no estaba, solo vi su rostro, que parecía sonreír.
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