sábado, noviembre 12, 2016

LA MEJOR PELÍCULA DEL AÑO



Hubo que esperar hasta casi fin de año (en un año de muchas y muy buenas películas argentinas, muchos nueves) para dar con la película diez, la soñada, extraordinaria, inesperada.
Hasta recién no tenía idea que existía un cineasta que se llama Santiago Palavecino, ni de sus anteriores films. Tampoco del actor protagónico Juan Barberini. Sorpresas totales, grandes sorpresas.
Si conocía del singular talento de Esmeralda Mitre, recuerdo hace una década, cuando fui a ver una obra de Beckett porque la protagonizaba Carla Peterson, una de esas áridas, complicadas obras de Beckett. Y allí me encontré con que Esmeralda opacó al resto con una energía y entrega descomunal. Acá también le toca el papel más incómodo, el de la segunda, la menos querida, en un triángulo extraño que completa la también perfecta Ailín Salas, ex musa inspiradora de Luis Ortega (que brilla sobretodo en la también extraordinaria "Dromómanos").
Un hijo de desaparecidos, interpretado por Barberini, va a su pueblo natal a recuperar su identidad y una estancia y se enamora del personaje interpretado por Salas. Viven una intensa historia de amor y luego ella muere trágicamente. Pero renacerá de una forma inesperada.
La película va y viene en el tiempo, es ambigua y sugiere más que remarcar o explicar demasiado.
Es la primer película que veo que toca el tema de la dictadura desde un costado fantástico y casi metafísico, en un rompecabezas narrativo hermoso, pleno de hallazgos fotográficos.
Una historia extraordinaria, con una puesta en escena extraordinaria.
Tampoco puedo dejar de mencionar el hecho de que es protagonizada por la hija del dueño de "La Nación" y esposa de Darío Lopérfido. Aparte de todo lo antedicho, simbólicamente es un film que se propone cerrar la grieta, todas las grietas.
El guión me deslumbró intelectualmente y el coqueteo entre científico y delirante, filmando la realidad como una alucinación, me tocó el corazón.
Se agradece.

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