La novena película del genio contemporáneo, Quentin Tarantino, es de lejos su película más feliz, relajada y a la vez placentera e intensa como un orgasmo.
Enfocada en la relación de un actor en decadencia, interpretado por Leo Di Caprio (la mejor actuación de su carrera, lo cual ya es mucho decir) con su doble de riesgo, interpretado por Brad Pitt ( muy bien haciéndole la segunda) es una excusa para volver al Hollywood de 1969 con su belleza artificial, sus películas y sus series de televisión.
Como siempre, como nunca, Tarantino despliega su virtuosismo pop en cada toma, cada cita, cada tema músical y filma el mismo las mismas series y películas de ese año, lo que muestra en la mejor forma de su carrera. Nunca tan virtuoso, tan preciosista.
Paralelamente, inserta la trágica historia de Sharon Tate, la esposa de Roman Polanski, salvajemente asesinada por el siniestro clan Manson.
Pero como ya había hecho en Bastardos sin Gloria, reescribe una historia real y le cambia el final.
Esta joya ranquea en el podio de las mejores películas que vi en mi vida.
Dice Quentin que hace una película más y se retira.
Ojalá que no.
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