Anoche, en el Planetario, vi uno de los mejores shows de mi vida.
Encima gratis y ni siquiera estaba lleno.
En el Domo mirando las estrellas con las butacas reclinadas a 90 grados.
Soñado.
Hay una conexión mágica entre mirar las estrellas y escuchar música, Osho dice que la música es un truco de los Budas, que no es de este mundo, que viene de otra dimensión.
Y así debe ser. Como mínimo, es el arte supremo.
Y el Planetario, ese ovni maravilloso instalado en los bosques de Palerrmo, se presta para el delirio, la alucinación espacial.
Mi memoria registra otros dos show inolvidables en este lugar.
Uno, a fines del 91 o principios del 92, donde Cerati y Melero estrenaron los demos de lo que luego sería Colores Santos.
Y otro, ya entrado el Siglo XXI, adonde Horacio Lavandera arremetió con algunas composiciones que Stockhausen le dedicó al Zodíaco.
Pero ninguno tuvo la intensidad y la belleza zen del de anoche.
Centrado en el tremendo trío que conforman Fernando Kabusacki en guitarra, Fernando Samalea en batería y acordeón y Matías Mango en teclados.
Con preciosas vocalistas invitadas, con saxofonista y hasta con un arpa.
Y el techo del Planetario proyectaba las imágenes creadas por Lisa Cerati.
Y las bestias se tocaron todo, que decir: rock, jazz, fusión, tango, psicodelia. sountracks, hasta espacio para un cover de Phil Collins hubo, que se yo que tocaron estos animales, fué música con mayúsculas, sin etiquetas.
Magia pura, de acá al infinito y más allá.