Voté a Mauricio Macri tanto en las elecciones generales como en el balotaje.
Está claro que no soy un cheto del PRO, pero me parece que la alternancia en el poder es fundamental en la democracia y los últimos años de Cristina sinceramente me habían llenado las bolas, con una suerte de comunismo light y con un relato que se estiraba cada vez más hasta alcanzar niveles irrisorios, totalmente desmentidos por la realidad.
Cuando asumió Macri escribí en este blog sobre la oportunidad histórica que significa intentar romper las típicas dicotomías argentinas (Por una Argentina Zen, se llama la entrada).
Macri habló de terminar con los enfrentamientos y las venganzas en su primer discurso.
Pero en este primer mes lo único que ha hecho es atacar y desmontar todo lo hecho por el anterior gobierno. En algunas cosas estoy de acuerdo y en otras no, pero lo que critico son las formas: cero diálogo y consenso. Todo violentamente y a los ponchazos.
Y la inflación galopante de la industria farmacológica, entre otras, de la que ningún medio habla.
También un par de hechos que no me puedo sacar de la cabeza:
el atípico ruralista anti K que nunca laburó, viviendo siempre de la herencia de unos campos familiares y que me hablaba de lo endeudado en millones de dólares que está el campo, pero a fin de año se hizo un viajecito de 15 días a Londres.
Y este fin de semana que pasó, el festejo de cumpleaños del filósofo hedonista, que nos invitó a un bar insoportablemente top del Soho, desde donde, después de un rato, fuimos invitados sutilmente a retirarnos porque parece que no dábamos el piné.
Así, sordas pesadillas se agitan en mi interior: que al final de todo, la campaña del miedo K termine teniendo razón en todo. Que por ser democráticos y open mind quedemos como unos pelotudos, cipayos, que estamos apoyando a quienes nos desprecian y se cagan en nosotros.
Esperemos que no sea así.
Después de todo, solo va un mes y faltan 4 años...
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