Huanguelén significa "Lucero del Alba" en mapuche. Hay una larga y confusa leyenda que lo justifica. Igual es un nombre hermoso, un nombre aborigen que marca una personalidad. Y un destino.
En el partido del Coronel Isidoro Suárez, héroe de Junin, bisabuelo de Jorge Luis Borges, un nombre así suena a provocación.
Por eso todos hablan de los polistas de Suárez y de los Alemanes del Volga de las tres Colonias.
Pero nadie habla de Huanguelén.
Guardo los mejores recuerdos de ese pueblo rodeado de afectos familiares, donde íbamos de chicos en familia a pasear y comer asados. Y hay un par de recuerdos que se imponen.
Uno es el de la heladería que quedaba (o queda) en el cruce de dos diagonales, donde conocí la crema del cielo, que con el tiempo sabría que era simplemente crema americana con colorante celeste.
El otro es de un restaurant que quedaba (o queda) frente a una plaza. Una plaza en donde hay un cartel que dice: partido de Coronel Suárez, otro que dice partido de Guaminí y otro que dice partido de Daireaux.
¿Es tan exacto el recuerdo? ¿Era así o lo imaginé?
Hace muchos años que no vuelvo a Huanguelén.
El problema madre de todos los problemas es que el pueblo de Huanguelén queda en su mayoría en el partido de Coronel Suárez, pero también sirve justo de límite e incluye a los Partidos de Guaminí y Daireaux.
Y eso es un problema. Grave.
Porque nadie se hace ni se ha hecho cargo de darle la atención que se merece a este pueblo, todos los Partidos se lavan las manos. Especialmente Coronel Suárez.
Entonces sufren la desidia de la política, la falta de inversión y de obras.
Por eso nace como un grito de libertad la idea de la Autonomía. Una utopía.
Una bella y necesaria utopía pero casi imposible. Porque cada partido circundante tendría que ceder las tierras del pueblo, pero también miles de hectáreas circundantes.
Ahí nace lo de maldito. Pero hay más.
El recuerdo del florecimiento de la LOH (La Oleaginosa de Huanguelén) una aceitera pujante que tuvo su momento cumbre en los ochenta y cuando decidió ampliar horizontes y compró máquinas para hacer jugo de frutas, se endeudó en dólares y ahí justo apareció la tablita de Martinez de Hoz y les quebró el espinazo. Allí entraron en una larga y penosa decadencia que duró décadas y que terminó hace poco con la expropiación de los abandonados terrenos y edificios de la fábrica.
El carácter combativo, agudo, intelectual y militante de sus habitantes, que llevó a muchos a ser chupados durante la larga noche del proceso militar argentino. Mientras que en Coronel Suárez no hubo ningún desaparecido. El pueblo rebelde contra la ciudad careta, que se plasma claramente en la música: mientras Suárez es conocido por el pop alegre e inofensivo de Sergio Denis, Huanguelén dio la rebelde poesía de José Larralde.
Y la periodista más lúcida de Suárez es de Huanguelén. Y la gremialista más combativa también. Y el mejor Director de Cultura que tuvo Suárez también era de Huanguelén. Y el freak más demente y brillante que conocí en mi vida también.
Y alguna vez hablamos con Gustavo Cerati de su madre, Lilian, nacida y criada en Huanguelén.
Así es como se construye una leyenda de culto, un aura de pueblo maldito.
El pueblo con la gente más brillante, abandonado a la buena de Dios.
Raro que se le escapó al relato K la reinvindicación de Huanguelén, la revisión histórica de su eterno pedido de Autonomía.
O no tan raro: los K son aliados del Moccerismo, que gobierna Suárez desde siempre. Y ya sabemos que los K son revisionistas solamente contra los enemigos.
Y allí sigue Huanguelén, resistiendo, con sus calles de tierra, con su espíritu inflado ante las adversidades, el Lucero del Alba donde fuimos tan felices de niños.
Ya volveré a Huanguelén, pero mi corazón nunca se fue de ahí.