"Escribo entre otras cosas para entender y soportar lo que no puedo cambiar" escribió recién en facebook mi tocayo y amigo Pablo Krantz. Su actividad es incesante, imparable y del todo afortunada. Además de editar discos en castellano y francés, de editar libros de cuentos en castellano y francés, Krantz tiene una impresionante producción en facebook y twitter donde nos sorprende con sus reflexiones y chistes. Esto, además, recientemente ha ido a parar a un libro.
Pero la producción continua, día tras día. Nada detiene a Krantz. Hasta en algunos sobres de azucar se pueden ver sus ideas, tan ingeniosas como acertadas. Y toca todos los fines de semana, solo o con banda, en Buenos Aires, el interior o el exterior. Una máquina, un cyborg que produce belleza como reflejo vital.
Y el sentido del humor sobre todo, esa ironía que caracteriza a nuestra generación y que yo disfruto desde los tiempos en que Pablo escribía en Los Inrockuptibles. Dice que se cansó porque muchos no soportaban su humor en las críticas y se enojaban. Pero para mí esto es la máxima aspiración de un artista. Es algo mejor que ser genial, que crear algo sin entender, es entender todo y reírse de todo como antídoto para todos los males de este mundo. Krantz tiene ese don divino y a veces también siente que se está volviendo loco, que su fragilidad va a estallar por el aire.
Imposible no identificarse con el, no sentir que su arte habla por todos y que si no existiera Pablo Krantz, habría que inventarlo.
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